Un camino (Día 3b) 29 de abril

Incluyendo descansos y paradas, mi viaje a pie tarda casi seis horas cuando llego a una encrucijada. En línea recta está el camino principal, y a la izquierda está una calle hacia el albergue y un café. La elección es fácil. Mis provisiones de comida es bajo porque todos los supermercados se han cerrado desde anteayer. Decido tomar el desvío para comer y entonces puedo escoger si continuar o alojarme.

Sin embargo, cuando llego al albergue, inmediatamente decido quedarme. El albergue es acogedor y hay brisas por las ventanas. Cuesta diez dólares, como todos los albergues y incluso hay una lavadora gratis. Pero primero voy a comer.

El menú es sencillo y limitado. Hay solo un trabajador — no sé si es el dueño también — para tomar el pedido, cocinar la comida, y servir todo. No importa, no hay cola y él es una fina persona. Pido un bocadillo con huevos revueltos y patatas bravas con aioli. El sándwich es delicioso, especialmente con un poco de sal y un paquete de aceite de oliva. (Admiro un país donde aceite de oliva es un condimento.) En cambio, las patatas bravas vienen en forma de papas fritas, es decir papas francesas, no en cubos. Además, las dos salsas están frías y prefabricadas en paquetes. No pasa nada, a buen hambre, no hay pan duro. En este caso, no hay salsa fría.

Pero antes de comer y después de pedir, hay cuatro estadounidenses atrás de mí. Ellos no hablan español y el tipo del restaurante no habla inglés. Mis conciudadanos quieren regalar algo. Uno de los hombres señala a una mujer de mayor edad que es la única persona adentro del restaurante. Dice que ellos van a pagar la comida de la mujer. Soy capaz de traducir esta intención al trabajador. Por supuesto que recuerdo anteayer cuando alguien me pagó la comida. Creo que es un gesto generoso.

Los cuatro se sientan afuera, pero me siento adentro. Ya no necesito estar debajo del sol, y de todos modos quiero estar solo. Mis conciudadanos son amables pero ruidosos. Cuando tengo hambre, no quiero ser social. Espero mi comida en una esquina, mirando mi tableta, escribiendo a mi amigo Marc, el que está en Suiza ahora mismo.

El tipo lleva la comida a la mujer. Noto que ella está irritado. 

Como más rápido que ella. Después, trato de explicar a ella que este fue un regalo. Me pregunta en inglés: ¿Quién hizo esto? ¿Era mi esposo? Puedo cuidar de mí mismo. Puedo pagar por mí mismo. Y ella lo hace.

Voy afuera y me siento con los otros estadounidenses. Juntos tratamos de entender por qué la mujer no aceptó el regalo de comida y por qué el regalo la hizo enfadar. Les cuento lo que me dijo la mujer. Explico que esta mujer está, en mi opinión, orgullosa de ser autosuficiente. Los cuatros son católicos y una habla de este rasgo como es una falta. Para ellos, regalar es un acto de caridad. Entiendo bien sus intenciones pero digo que no es para todos. Ellos contestan que todos no son listos para recibir regalos. Reconozco sus opinions pero, para mí, este no es el pecado de la soberbia. Es una mujer sola que es fuerte.

Me regalan un medallón pequeño de su parroquia. Vuelvo al albergue y ellos seguirán caminando.

De hecho, he recibido y seguiré recibiendo regalos de mis compañeros peregrinos. Antes del Camino, una mujer llamada Deedee me regaló la concha que está atada a mi mochila. Dos mujeres en el autobús hacia Vigo me regalaron unos vendajes para la pie. Ayer el uruguayo me regaló una moneda y compartió su mate. Acepto cada con gratitud y con gracia, lo mejor que puedo. Pero también respeto la actitud de independencia de esta mujer. Noto y recibo estas experiencias en mi camino. Recuerdo algunas, acepto todas.

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