En una de mis clases antes de mis recientes viajes, vi un nueva palabra: álamo. Pregunté ¿Qué quiere decir? La maestra me contestó que es un tipo de árbol.
Como un tonto, me sorprendió mucho. Hasta ese momento, la palabra álamo estaba solo un topónimo, un grupo de tres sílabas para significar un lugar para recordar. No reconocí que es una palabra con su propio significado, no recordaba que el álamo tiene su propia identidad. Mencioné esto a mi maestra, pero es de Colombia y para ella, el álamo es simplemente una planta.
De hecho, en mi vuelo de Madrid a Washington DC, por fin miré la película Oppenheimer. Es una gran obra de arte, lo mejor que he visto en varios años, excepto quizás Dune 2, que experimenté en todo un cine en lugar del respaldo de un asiento de avión. Me recordó mis miedos a una guerra nuclear cuando era niño, mi educación como científico, mis años viviendo en Nuevo México, el verano pasado paseando por el campus de la Universidad de Chicago.
De nuevo, como un tonto, me di cuenta del topónimo ¡Los Alamos es el plural de la palabra álamo! Significa un bosque de árboles. Es obvio en retrospectiva.
Tengo la excusa que las versiones gringas falta el acento: no se escriben como Álamo ni Los Álamos, pero es una mala. Sabía que el topónimo Los Angeles se refiere a los ángeles de Dios, incluso sin el acento. Sabía que es irónico que los dos topónimos Valle Verde Drive y Green Valley Parkway existen en Henderson.
A los gringos nos gusta dar nombres a lugares después destruir las cosas allí, pero eso es un tema para otro momento.
De verdad, debemos recordar El Álamo.